El Premio Nóbel de Literatura 1999, el alemán Günter Grass, fallecido el 13 / 04 / 15, fue acusado de nazi por diversos sectores de la sociedad civil internacional incluyendo a parte del stablishment cultural, luego de que en 2007 publicara su autobiografìa Pelando la cebolla, en la que dio a conocer que a los 17 años formó parte activa de las Waffen-SS de Hitler.

Este hecho avergonzó al autor de El tambor de hojalata, debido a que, según afirmó, desconocía los crímenes de guerra y políticas de exterminio del régimen nazi.

No obstante a que Grass dio a conocer por su cuenta este hecho de su pasado, y a que sólo contaba con 17 años para entonces, existió presión sobre la Academia Sueca para que retirara el Nóbel al escritor.

La ira contra Grass se debió en gran medida a que durante muchos años fue un duro crítico de la política alemana, en ocasiones en contra de la postura dominante, como cuando criticó la reunificación de Alemania en 1989. Entonces Grass, que había sido un líder de opinión con elevada calidad moral y un vigía de la construcción del sistema democrático alemán moderno, de pronto se vio enfrentado al secreto que había estado ocultando, y que sus enemigos se encargaron de engrandecer: su militancia en las SS nazis.

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Con todo, Grass no pidió perdón y en vez de ello, criticó duramente a Israel en su poema de 2012, Lo que hay que decir:

Por qué guardo silencio, demasiado tiempo,

sobre lo que es manifiesto y se utilizaba

en juegos de guerra a cuyo final, supervivientes,

solo acabamos como notas a pie de página.

Es el supuesto derecho a un ataque preventivo

el que podría exterminar al pueblo iraní,

subyugado y conducido al júbilo organizado

por un fanfarrón,

porque en su jurisdicción se sospecha

la fabricación de una bomba atómica.

Pero ¿por qué me prohíbo nombrar

a ese otro país en el que

desde hace años —aunque mantenido en secreto—

se dispone de un creciente potencial nuclear,

fuera de control, ya que

es inaccesible a toda inspección?

El silencio general sobre ese hecho,

al que se ha sometido mi propio silencio,

lo siento como gravosa mentira

y coacción que amenaza castigar

en cuanto no se respeta;

“antisemitismo” se llama la condena.

Ahora, sin embargo, porque mi país,

alcanzado y llamado a capítulo una y otra vez

por crímenes muy propios

sin parangón alguno,

de nuevo y de forma rutinaria, aunque

enseguida calificada de reparación,

va a entregar a Israel otro submarino cuya especialidad

es dirigir ojivas aniquiladoras

hacia donde no se ha probado

la existencia de una sola bomba,

aunque se quiera aportar como prueba el temor…

digo lo que hay que decir.

¿Por qué he callado hasta ahora?

Porque creía que mi origen,

marcado por un estigma imborrable,

me prohibía atribuir ese hecho, como evidente,

al país de Israel, al que estoy unido

y quiero seguir estándolo.

¿Por qué solo ahora lo digo,

envejecido y con mi última tinta:

Israel, potencia nuclear, pone en peligro

una paz mundial ya de por sí quebradiza?

Porque hay que decir

lo que mañana podría ser demasiado tarde,

y porque —suficientemente incriminados como alemanes—

podríamos ser cómplices de un crimen

que es previsible, por lo que nuestra parte de culpa

no podría extinguirse

con ninguna de las excusas habituales.

Lo admito: no sigo callando

porque estoy harto

de la hipocresía de Occidente; cabe esperar además

que muchos se liberen del silencio, exijan

al causante de ese peligro visible que renuncie

al uso de la fuerza e insistan también

en que los gobiernos de ambos países permitan

el control permanente y sin trabas

por una instancia internacional

del potencial nuclear israelí

y de las instalaciones nucleares iraníes.

Solo así podremos ayudar a todos, israelíes y palestinos,

más aún, a todos los seres humanos que en esa región

ocupada por la demencia

viven enemistados codo con codo,

odiándose mutuamente,

y en definitiva también ayudarnos.

 

Israel, de inmediato, lo nombró persona non grata y arremetió contra él adjetivándolo de antisemita. La comunidad literaria mundial guardó silencio,

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