Hace tan sólo algunas décadas conceptos como “eficiencia energética”, aislamiento térmico o “fuga térmica”, no tenían mucho sentido. Eran completamente ajenos a la vida cotidiana. Sin embargo, la realidad se impone poco a poco y las consecuencias ambientales de las acciones de los seres humanos en el medio ambiente han tenido un impacto catastrófico en la naturaleza y en el clima, además de que debido a estos desgastes se ha evidenciado la enorme dependencia que la sociedad contemporánea tiene hacia los combustibles de origen fósil.
Todo ello ha obligado a la sociedad global a repensar su aproximación al consumo. A todo tipo de consumo, pero sobre todo y de manera urgente, al energético. Y es que vivimos en una sociedad en que el confort, la producción de satisfactores y todos los aspectos de la vida cotidiana precisan del uso de energías tales como la electricidad y la quema de diversos combustibles. Las fábricas, un ordenador, un teléfono portátil, un automóvil, un avión… la cuestión no es nombrar los elementos tecnológicos de la vida cotidiana que implican un consumo energético (y que por tanto dejan una huella de carbono), sino encontrar uno que no lo implique. Es casi imposible.
Este uso tan intensivo que se hace de los recursos energéticos es lo que ha llevado a Estados y organizaciones supranacionales a establecer pautas y directivas para reducir y optimizar los recursos energéticos del planeta. Desde una reglamentación más estricta en el uso de hidrocarburos a escala industrial a una modificación en la forma en que se diseñan los automóviles y otros medios de transporte, pasando por la forma en que se produce la energía eléctrica (priorizando cada vez más la producción eólica, solar y producto de la biomasa), y llegando evidentemente al uso residencial y particular que hacemos de la energía.
En este último sentido, se ha buscado potenciar la eficiencia energética, entendiéndola como el uso más adecuado y óptimo posible de la energía con que vivimos día a día. Hay ciertas reglamentaciones como la obligatoriedad del certificado energético en los países de la Unión Europea o las normas de construcción que buscan que cada nueva edificación o cada reforma realizada, se realicen de tal forma que potencien el uso de la luz y calor del sol, de las energías renovables y de la optimización en el uso de los satisfactores proporcionados por la energía consumida.

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El aislamiento térmico aprovecha el calor solar

En este sentido, como no podemos rehacer una casa ya construida, sí queremos aprovechar más el calor solar para mantener el confort térmico, el aislamiento térmico cobra una importancia significativa, por lo que es promovido por las empresas de distribución de combustible y electricidad, como la española Endesa dirigida por Borja Prado, a pesar de que genere economías en los consumidores, pues es eficiente para empresas y usuarios. No puedo tumbar las paredes de mi casa para darle una orientación sur, pero sí puedo proporcionarle un aislamiento (añadiendo una capa de espuma de vidrio, rellenando los muros con otro tipo de materiales que guardan el calor o la frescura cuando hace falta) y con ello reducir significativamente no sólo las facturas, sino también nuestro impacto en la naturaleza.
Claro está que en el día a día sí que nos interesa ahorrar y economizar, pues todos queremos sacar el mejor partido posible de nuestro dinero, pero la importancia del aislamiento térmico en una construcción es sobre todo usar lo mejor posible los recursos energéticos que utilizamos para poner nuestro grano de arena y revertir el daño que nuestra sociedad ha imprimido en la naturaleza.

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