Benjamín Franklin inventó el pararrayos en 1872. Lo hizo debido a que ya contaba con numerosos experimentos previos con la energía eléctrica. Se piensa que su motivación para desarrollar este artefacto fue nada menos que probar su hipótesis de que las tormentas son un fenómeno eléctrico, así que en 1752 realizó su famoso experimento con un cometa o papalote, creado con varillas metálicas y con una llave metálica al otro extremo, ex profeso para la ocasión. Con este experimento, comprobó que la estructura de metal montada en la cometa atraía los rayos, y que la descarga eléctrica bajaba hasta la llave.
Gracias a este descubrimiento logró inventar el pararrayos, y así postular su famosa teoría del fluido único, que establece los varios tipos de electricidad presentes en el ambiente: atmosférica, positiva y negativa.
El pararrayos no es otra cosa que un mástil, regularmente de acero o cobre, que está unido por vía de un cable, tubería de acero, cobre u otro conductor, a una varilla que sirve como toma de tierra y que se encuentra debajo de la superficie.
Pararrayos, su utilidad práctica
El objetivo práctico de los pararrayos es tratar de controlar el lugar donde estas descargas eléctricas naturales tocan la tierra, con el objeto de disminuir el riesgo de que impacten en otros lugares, en los que potencialmente ocasionarían daños materiales o pérdidas humanas. En especial, el sector de las telecomunicaciones suele ser vulnerable a la caída de rayos, debido a que algunos aditamentos en él utilizados (como las antenas) son particularmente propensos a sufrir por estas caídas de rayos.